Confiar en uno mismo y elevar constantemente la valla
es tan importante como el medir con realismo y objetividad las metas que nos
trazamos, esto para evitar asumir riesgos o iniciar proyectos que de no
alcanzarlos podrían innecesariamente mermar nuestra capacidad física, emocional,
profesional o nuestros recursos económicos.
Para tocar este teme quiero presentar a Jean PaulGetty quien acumulo su primer millón de dólares con tan solo veinticuatro años
de edad y a los sesenta ya era uno de los hombres más opulentos de la tierra,
después de amasar su fortuna, que sobrepasaba los mil millones de dólares,
gracias a su visión estratégica, su capacidad para evaluar inversiones y desarrollar
los negocios petroleros que emprendió sobre la base de la experiencia acumulada en el
negocio que fundó su padre.
En esta lección tomada de su libro, The Golden Age,
el señor Getty nos enseña una sencilla técnica que te permitirá sopesar
cualquier oportunidad que se presente contra los recursos que dispones, de tal
manera que puedas incrementar tus posibilidades de tomar la decisión correcta
antes de apresurarte a aprovecharla. Espero les resulte tan útil como me
resulto a mí:
Cuando joven, mi ambición y mayor deseo era ingresar al Servicio Diplomático de Estados Unidos y, siempre y cuando me lo permitiera mi carrera, me dedicaría a una vocación secundaria de escritor. Probablemente, lo habría logrado, de no ser por el hecho aparentemente inconexo de que era hijo único.
Eso significó toda una diferencia decisiva. Alguien tenía que encargarse de los negocios de mi padre, George F. Getty, levantados a lo largo de muchas décadas de ardua y dedicada labor. No era que yo fuese el candidato más adecuado, ni siquiera el más lógico; simplemente sucedió que era el único disponible.
Le aseguro que la idea de estar al frente de un negocio de regular tamaño y con gran éxito no solamente estaba muy lejos de mis ambiciones originales, sino que era un prospecto formidable y perturbador. Las responsabilidades y problemas concomitantes no sólo eran grandes, pesados y ominosamente opresivos, sino que además no había salidas de emergencia por las que sin cargo de conciencia pudiese evadirme, sobre todo teniendo en cuenta que también estaban involucrados la seguridad y el bienestar de mi madre.
Cuando joven, mi ambición y mayor deseo era ingresar al Servicio Diplomático de Estados Unidos y, siempre y cuando me lo permitiera mi carrera, me dedicaría a una vocación secundaria de escritor. Probablemente, lo habría logrado, de no ser por el hecho aparentemente inconexo de que era hijo único.
Eso significó toda una diferencia decisiva. Alguien tenía que encargarse de los negocios de mi padre, George F. Getty, levantados a lo largo de muchas décadas de ardua y dedicada labor. No era que yo fuese el candidato más adecuado, ni siquiera el más lógico; simplemente sucedió que era el único disponible.
Le aseguro que la idea de estar al frente de un negocio de regular tamaño y con gran éxito no solamente estaba muy lejos de mis ambiciones originales, sino que era un prospecto formidable y perturbador. Las responsabilidades y problemas concomitantes no sólo eran grandes, pesados y ominosamente opresivos, sino que además no había salidas de emergencia por las que sin cargo de conciencia pudiese evadirme, sobre todo teniendo en cuenta que también estaban involucrados la seguridad y el bienestar de mi madre.