Richard Devos fundador y presidente de Amway Corporation (empresa que con una facturación de US $ 9,200 millones ocupa el puesto nº28 del ranking Forbes de las más grandes empresas estadounidenses ) nos presenta en un extracto tomado de su inspirador libro Believe! una tremenda lección que siempre deberíamos tener presente cuando nos toque emprender nuevas tareas, asumir desafíos o tomar oportunidades:
¡Las únicas limitaciones que tienes son las que tú mismo te fijas en tu
propia mente, o las que permitas que te fijen los demás!
Libérate de las cadenas que llevan el sello de “¡No Puedo!” y será capaz de alcanzar cualquier altura que desees. Ten presente que: Si no te esfuerzas hasta el máximo nunca podrás conocer cuáles son tus límites… Espero disfrutes las enseñanzas de Devos:
Todas aquellas personas cuyo blanco siempre es bajo, generalmente aciertan a lo que tiraron: apuntan hacia la nada y dan en el blanco.
La vida no tiene que vivirse en esa forma. Creo que una de las fuerzas más poderosas del mundo es la voluntad del hombre que cree en sí mismo, que se atreve a apuntar hacia lo alto, que se dirige confiado en busca de las cosas que desea la vida.
“Yo Puedo”. Es una frase poderosa: yo puedo. Es sorprendente ver cuántas personas pueden usar esta frase en una forma realista. Para una abrumadora mayoría, esa frase puede ser cierta. Da resultado. Las personas pueden hacer todo aquello que creen que son capaces de hacer. Con excepción de las pocas perdonas en el mundo que se sienten frustradas en un sentido psicótico, la brecha entre lo que un hombre piensa que puede lograr y lo que en realidad le es posible hacer, en realidad es mucho muy pequeña. Pero primero, debe creer que puede hacerlo.
Vamos a aclarar un punto: no pretendo ser un experto en el tema de la motivación. No poseo más conocimientos que una persona promedio sobre qué es lo que motiva a los hombres. Puesto que Amway ha crecido con tanta rapidez, y debido a que su éxito ha dependido de quinientos mil distribuidores que se autoemplearón, a menudo me preguntan cuáles son mis nociones de la motivación. “Qué es lo que hace que algunas personas tengan éxito, cuando otras fracasan?”, quieren saber. O bien me preguntan cuáles son mis “secretos” sobre la motivación, como si pudiese entregarles un pedazo de alguna sabiduría profunda acerca de la razón por la cual un hombre establece un nuevo record de ventas, mientras que otro liquida su negocio y se retira. Me desagrada decepcionar a estas personas, pero el simple hecho es que no cuento con ninguna artimaña, ni trucos, ni palabras mágicas para hacer que las personas alcancen el éxito.
Pero aún cuando no puedo pretender que poseo un conocimiento especial de las técnicas motivacionales, así tengo la más firme convicción de que casi cualquiera puede realizar aquello que realmente cree que puede hacer.
La naturaleza de la meta en realidad tiene muy poca importancia. Cuando era joven, ambicionaba trabajar en mi propio negocio, y tuve éxito en ello. Era “lo mío”, como dice la expresión actual. No me sentía particularmente interesado en terminar una carrera universitaria, en viajar alrededor del mundo, en convertirme en el golfista número uno de la Asociación Profesional de Golf, ni en ser el hombre que ocupa el cargo más elevado en la legislatura de Michigan. No hay nada malo en todas esas cosas, todas son metas legítimas, pero simplemente a mí no me atraían en esa época. Mi meta era tener éxito en mi propio negocio, y creí que podía lograrlo.
Por supuesto, no existe forma alguna de saberlo a ciencia cierta, pero creo que el resultado habría sido casi el mismo, sin importar cuál hubiese sido mi meta. Lo que importa es que no hay ningún área de la vida que sea inmune a la combinación de fe y esfuerzo. La filosofía personal de “yo puedo” no se aplica únicamente en los negocios, sino también en la política, la educación, la labor eclesiástica, el atletismo, las artes, lo que usted quiera. Corta a través de todos los límites. Puede ser el mayor factor común en logros tan diversos como obtener un Doctorado en Filosofía, hacer un millón de dólares, convertirse en general de cinco estrellas o montar un ganador en Churchill Downs.
Reflexiono en los cuarenta y tantos años de mi vida y me parece que, más que cualquier otra lección individual, mis experiencias se han conspirado para enseñarme a conocer el valor del esfuerzo decidido y confiado. Durante la mayor parte de mi vida he estado asociado con Jay Van Andel. Empezamos juntos en la compañía Amway en el año 1959, pero mucho antes de eso, de hecho desde que éramos adolescentes en la escuela de secundaria, compartimos experiencias que forzosamente nos enseñaron lo emocionante que es el “yo puedo”.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Jay y yo regresamos a casa convencidos de que el negocio de la aviación era el más prometedor del futuro. Teníamos visiones de aviones en cada cochera, de millones de personas aprendiendo a volar, toda esa clase de cosas. Así que queríamos dedicarnos al negocio de la aviación. Contábamos con algunos cientos de dólares, de manera que compramos un pequeño avión Piper Cub y nos dispusimos a abrir una escuela de aviación. Había un pequeño problema: ¡ninguno de los dos sabíamos como volar un avión!
No permitimos que eso nos detuviera. Simplemente, contratamos a pilotos experimentados para que dieran las lecciones de vuelo, mientras nosotros nos manteníamos ocupados en la labor de venderle al público esas lecciones. Lo importante es que habíamos decidido operar un servicio de vuelos y nos rehusamos a dejar que nada ni nadie apagara nuestro entusiasmo, ni siquiera un pequeño detalle como no saber volar.
Tropezamos con otra dificultad inesperada… cuando nuestros clientes ya estaban inscritos y habíamos contratado a los instructores, nos encontramos con que las pistas del reducido aeropuerto todavía no estaban terminadas; no eran sino gigantescas fajas de lodo. Entonces improvisamos. A lo largo del aeropuerto corría un río, de manera que compramos varios flotadores para nuestro Piper Cub y volábamos desde el agua, despegando y aterrizando en esos abultados flotadores sobre pontones. (Posteriormente, tuvimos a dos estudiantes que se graduaron después de tomar muestro curso, ¡que jamás habían aterrizado un avión en tierra firme!)
Se suponía que tendríamos oficinas en la pequeña pista, pero llego el momento de inaugurar nuestro negocio, y todavía no se construían las oficinas. Teníamos que hacer algo. Le compramos un gallinero a un agricultor de las cercanías, lo transportamos hasta la pista, lo encalamos y después de instalar un candado en la puerta, colgamos un letrero que decía: WOLVERINE AIR SERVICE. Nos habíamos propuesto dedicarnos al negocio de la aviación y ya estábamos en él.
El final de esa historia es que establecimos un negocio próspero, compramos una docena de aviones y más adelnate éramos dueños de uno de los servicios de aviones más grandes de la ciudad. Pero lo logramos únicamente porque desde un principio creímos en nosotros mismos; estábamos convencidos, en lo más profundo de nuestro ser, de que podíamos hacerlo, y lo logramos a pesar de aquellos primeros obstáculos en el camino. Si hubiésemos iniciado ese proyecto fríamente, sin creer mucho en ello, siempre mirando por encima del hombre en busca de una excusa para recostarnos y abandonarlo todo, el primer avión jamás habría realizado ese primer vuelo, y jamás habría existido un Wolverine Aire Service.
Esta historia ilustra un punto básico: uno nunca sabe lo que puede lograr hasta que lo intenta. Es algo tan sencillo que algunas personas lo pasan por alto. Si en aquella época hubiésemos prestado atención a todos los argumentos lógicos en contra de nuestro servicio, jamás lo habríamos intentado. Nos habríamos dado por vencidos antes de empezar y hasta el día de hoy supondríamos que nos habría sido imposible ponerlo en marcha. Seguiríamos aún sentados por allí, charlando sobre la gran idea que no dio resultado. Pero no fue así, porque creímos en ella y pusimos el suficiente empeño para realizarla.
De igual manera, después de eso decidimos probar nuestra suerte en el negocio de restaurantes. No es que supiéramos algo acerca del negocio de restaurantes, no teníamos la menor idea; pero durante un viaje a California , vimos por primera vez los restaurantes como servicio para automovilistas. Grand Rapids no tenía nada semejante, pensamos, y creímos que sería posibles instalar en nuestra ciudad natal un restaurante con servicio para automovilistas. Así que lo intentamos. Adquirimos un edificio prefabricado, instalamos en su interior una pequeña cocina en donde podía trabajar un solo hombre y ya estábamos dispuestos para la gran inauguración. Cuando llegó la noche de la apertura, la compañía de la luz no había conectado la electricidad. Pánico temporal. Pero ni por un momento albergamos la idea de posponer la inauguración. En el último momento alquilamos un generador, lo instalamos en el pequeño edificio de techo bajo y haciendo girar la manivela, tuvimos nuestra propia electricidad. El restaurante abrió las puertas tal y como estaba programado.
Ese pequeño restaurante jamás llegó a convertirse en la mayor fuente de dinero en todo el mundo, pero era un negocio próspero. Un día cocinaba Jay, en tanto que yo atendía a los clientes; al día siguiente, invertíamos los papeles. (¡Era una forma terrible de tratar de ganarnos la vida!) Pero lo importante es que nos propusimos hacer lo que queríamos, en vez de simplemente sentarnos por allí a charlar sobre ello. Hubiésemos podido hablar de ello durante años; pudimos preocuparnos por todos los problemas, reflexionando en los obstáculos y sin jamás decidirnos a hacerlo. De esa manera jamás habríamos sabido si podíamos o no tener éxito en el negocio de restaurantes.
¿Qué nos indica todo esto? ¡ Que debemos concederles a las cosas la oportunidad de que sucedan! Es posible ganar una carrera a menos de que uno se arriesgue a correr, es imposible alcanzar la victoria a menos de que nos atrevamos a luchar. No hay vida más trágica que la del individuo que alimenta un sueño, una ambición, siempre deseando y esperando, pero sin que jamás le permita la oportunidad de que se convierta en realidad. Alimenta ese sueño vacilante, sin que nuca le permita estallar en una llamarada. Hay millones de personas que sueñan así acerca de un segundo ingreso, o en poseer su propio negocio, y en cierta forma, Amway está diseñada como una respuesta a esa necesidad. Hay millones más que alimentan sueños privados, casi secretos, en otras áreas: el maestro de escuela que quiere volver a estudiar para obtener una maestría; el pequeño hombre de negocios que sueña con ampliar su negocio; la pareja que ha tenido intensiones de realizar un viaje a Europa; el ama de casa cuya ambición es escribir cuentos cortos para el mercado independientemente, de la lista podría continuar interminablemente. Personas que sueñan, pero que jamás se arriesgan, que jamás estan dispuestas a pronunciar las palabras “yo puedo”, que nunca confían sus sueños al mundo real de la acción y el esfuerzo; en fin, todas esas personas que temen tanto al fracaso que por ello fracasan.
Para el individuo que se encuentra en esa posición, solo le queda una cosa una vez que ha sopesado todos los argumentos y meditado los costos. Hacerlo. Intentarlo. Dejar de hablar de ello y poner manos a la obra. ¡Cómo podrán saber jamás si pueden pintar ese cuadro, estar al frente de ese negocio, vender esa aspiradora, obtener ese título, conservar ese puesto, pronunciar ese discurso, ganar ese juego. Casarse con esa joven, escribir ese libro, hornear ese soufflé, construir esa casa, a menos de que lo intenten!
Mis primeras experiencias con Jay estaban tan dominadas por esta clase de actitud, que hicimos cosas que, al mirar hacia atrás, nos parecen casi temerarias. Pero estábamos tan ansiosos de probar nuestra suerte en nuevas cosas y tan confiados en que resultarían bien, que simplemente flotábamos sobre una nube de “yo puedo”. ¿Y por lo común, averiguábamos que si podíamos! Pero para saber eso, primero tuvimos que intentarlo.
Leímos un libro, antes de que ninguno de los dos contrajera matrimonio, que realmente nos entusiasmo con la idea de la navegación. El libro fue escrito por un tipo que navegó por todo el Caribe y estaba lleno de sus aventuras en alta mar. Así que tomamos la decisión de de navegar hasta Sudamérica. Habíamos trabajado arduamente y merecíamos unas vacaciones. Compramos en Connecticut una vieja goleta de once metros y medio de eslora y empezamos a prepararnos para el gran viaje. Planeábamos navegar descendiendo a todo lo largo de la costa este de Estados Unidos hasta llegar a Florida y de allí continuar hasta Cuba, bajando después por el Caribe para visitar todas las islas exóticas y posteriormente continuar hasta llegar a Sudamérica. Pasaríamos unos momentos maravillosos. El único problema era que ninguno de nosotros había estado jamás a bordo de un velero en toda su vida. Jamás.
Recuerdo que un día me dirigí a Holland Michigan, y le pedí a un tipo que tenía un velero que nos diera un paseo. “¿Y por qué habría yo de darles un paseo?” preguntó.
Yo respondí: “Bueno, es que acabamos de comprar una pequeña goleta de once metros y medio de eslora y jamás en nuestra vida hemos navegado”.
“¿A dónde planean dirigirse en ella?” preguntó. Y al decirle que a Sudamérica, casi se cayó muerto sobre el muelle.
Pero nosotros creímos que podíamos hacerlo.
Recogimos nuestra embarcación, tomamos unas cuantas lecciones rápidas y nos hicimos a la vela con el libro en una mano y la caña del timón en la otra. De inmediato nos perdimos. Y nos perdimos de tan mala manera en Nueva Jersey, que ni siquiera la Guardia podía encontrarnos. Dos veces por la noche fallamos el rumbo y fuimos a parar por allá tierra adentro en un lugar entre los pantanos. Cuando finalmente la Guardia Costera nos encontró después de una larga búsqueda de todo un día, no podían creer en dónde nos encontrábamos. “Nadie había llegado jamás tan lejos tierra adentro con una embarcación de este tamaño”, declararon mientras nos arrastraban sin ceremonia alguna, con ayuda de una cuerda, de vuelta océano.
Era una vieja embarcación maravillosa, excepto por la costumbre que desarrollo de hacer agua, lo que podría considerarse un hábito bastante malo, tratándose de una embarcación. Al fin logramos llegar a la Florida, bombeando para achicar el agua de la embarcación a todo lo largo del camino. Acostumbrábamos poner el despertador cada mañana a las tres, para levantarnos a arrancar la bomba, o de lo contrario, para las cinco de la mañana prácticamente nos veíamos obligados a achicar el agua a mano. Para el momento en que llegamos a la Habana, la situación mejoró y esperábamos que nuestros problemas habrían llegado a su fin. Dimos vuelta a la costa norte de Cuba y una noche lóbrega, la vieja goleta simplemente se dio por vencida y empezó a hundirse en cuatrocientos sesenta metros de agua, a dieciséis kilómetros de la costa. El primer barco que avistamos fue un gran barco holandés, lo cual habría significado un bellísimo final para la historia, puesto que tanto los ancestros de Jay, como los míos son de origen holandés, sólo que el buque holandés no nos recogió, Los hombres a bordo simplemente radiaron un mensaje informado que acababan de avistar “embarcación cubana de mala muerte que estaba en problemas” y prosiguieron su camino. Una hora después, un barco norteamericano procedente de Nueva Orleáns nos recogió depositándonos sanos y salvos en Puerto Rico.
¿Nos dimos por vencidos y volvimos a casa?
Ni siquiera pensamos en ello. Habíamos llegado a Puerto Rico, en una forma diferente a la que habíamos planeado, es verdad, pero de cualquier manera estábamos allí. Allá en nuestros hogares en Michigan, nuestros familiares pensaban, “Bueno, ahora esos chicos volverán a casa”. Ese pensamiento jamás cruzó por nuestras mentes. Notificamos a la compañía de seguros, indicándoles a dónde podían enviarnos el dinero y proseguimos nuestro viaje. Recorrimos todo el Caribe, vistamos los principales países de Sudamérica y posteriormente regresamos a Michigan, exactamente de acuerdo con nuestro itinerario.
Ese viaje no tenía una importancia de vida o muerte; no era tan significativo como una carrera o una familia; simplemente se trataba de un viaje, de una travesura, un bueno momento para que dos tipos jóvenes salieran a ver el mundo.
Pero se presentó en una época muy significativa para mí, porque reforzó esa creciente convicción de que lo único que se yergue entre un hombre y lo que desea de la vida, a menudo simplemente es la voluntad de intentarlo y la fe de crecer que es posible.
Después de treinta años dedicados a los negocios,
nada de lo que he aprendido ha debilitado esa convicción.
¿Por qué tantas personas permiten que sus sueños mueran sin haberlos vivido? Supongo que la principal razón son las actitudes negativas y cínicas de los demás. Esas otras personas no so enemigos, son amigos, incluso miembros de la familia. Nuestros enemigos jamás nos molestan gran cosa; Por lo general podemos encargarnos de ellos con muy pocos problemas, Pero nuestros amigos, si son negativos, si constantemente estropean nuestros sueños con una sonrisa cínica aquí, un desaire allá, con una corriente constante de vibraciones negativas, ¡nuestros amigos pueden matarnos! Un hombre se emociona ante la posibilidad de un nuevo trabajo. Busca la oportunidad de ganar más dinero, de desempeñar una labor más significativa, de elevarse hasta un desafío personal; el viejo corazón empieza a latir y empiezan a fluir los jugos vitales, se siente que su organismo se acelera ante este nuevo prospecto estimulante. Pero entonces le habla de ello a su vecino, una noche que ambos charlan en la verja. Lo único que obtiene es una risita efectada, una risa que dice, “No puedes hacerlo” una larga lista de todos los problemas y obstáculos, y cincuenta razones por las cuales jamás logrará y por las cuales vale más que se queden en donde está.
Antes de darse cuenta, su entusiasmo desciende hasta cerca de cero. Vuelve a su casa como un perrito apaleado, con la cola arrastrando por el suelo y para entonces ya han desaparecido todo el fuego y toda la confianza en sí mismo, y empieza a justificarse. Ahora piensa en todas las razones por las que no puede hacerlo, en vez de pensar en las razones por la cuales si puede. Deja que una perorata de cinco minutos de negativismo o de ridículo, o simplemente de incredulidad absoluta de parte de un vecino incapaz de soñar en nada ni de hacer nada, le quite todo el vapor a su máquina. Los amigos como ése pueden hacer más daño que una docena de enemigos.
Recuerde que lo más fácil de encontrar sobre las lozanas tierras de Dios es a alguien que le diga a uno todas las cosas que no puedo hacer. Alguien que siempre estará ansioso de señalarle, tal vez simplemente con una mirada o con cierto tono de voz, que cualquier cosa nueva y temeraria que intente está irremediablemente condenada al fracaso. ¡No le preste atención! Siempre se trata del tipo que jamás ha ganado un millón de dolares al año, que conoce todas las razones por las cuales usted no puede ganar tres millones. En los Boy Scouts (Jóvenes Exploradores), simpre es el bisoño el que puede recitar las razones por las cuales los demás no pueden convertirse en Eagle Scout (Explorador de Aguila) el que reprobó en su carrera universitaria siempre es el que puede explicar por qué los demás son demasiado tontos al obtener ese título universitario; el tipo jamás ha estado al frente de un negocio es quien puede describir mejor los obstáculos que hacen imposible la iniciación de un negocio; la joven que jamás tomó parte en un torneo de golf es la que puede indicarle en la forma más convincente que no tiene una sola oportunidad de ganar. ¿No les preste atención! Si tiene un sueño, cualquiera que sea, atrévase a creer en él e inténtelo. ¡Concédale la oportunidad de convertirse en realidad! No permita que su cuñado, o el plomero, o el compañero de pesca, o el tipo que ocupa la oficina de al lado lo despojen de esa fe en sí mismo que hace que las cosas sucedan. No permita que los tipos que se recuestan en el diván a ver la televisión todas las noches le hablen de lo vana que es la vida. Si posee la flama de un sueño allá en algún lugar en lo más profundo de su interior, dé gracias a Dios por ello y haga algo de ese sueño. Y no permita que nadie apague esa flama.
Mi padre fue un gran creyente en el potencial del esfuerzo individual. Cada ves que de niño me escuchaba pronunciar palabras “no puedo”, acostumbraba decirme: “No existen palabras tales como “no puedo”, y si las pronuncias una vez más ¡estrellaré tu cabeza contra la pared!”. Jamás lo hizo, pero yo jamás olvidaré lo que trataba de decirme. Aprendí que en realidad no hay buen uso para las palabras “no puedo”.
Debe creer que puede, y descubrirá que si puede! ¡Inténtelo! Se sorprenderá de la cantidad de cosas tan maravillosas que pueden suceder.
Fuente: Og
Mandino, University of success
Muy motivador el mensaje. Si dudas de tu potencial lo único que haces es encadenarte pesados lastres que te incapacitan, si mentalmente dices no puedo,NO PODRÁS.Debes creer que puedes y ¡DESCUBRIRÁS QUE SI PUEDES! Yo lo experimente en mi vida es mi testimonio.
ResponderEliminarEmilio muchas gracias por tu valioso comentario y por seguir el blog, éxitos !
ResponderEliminar